Tal vez, si corriera lejos, me encontraría a mi mismo huyendo de algo que es parte de mí. La verdad es que pasé tanto tiempo creciendo y aprendiendo contigo, que eres parte de mi piel, y siempre miré aquellas tardes con una sonrisa verdadera y espontánea. Por lo mismo, me daba cuenta de ella, minutos después.
Jamás pensé en que terminaría huyendo de ti; jamás pensé que terminaría sintiéndome vulnerable. Esto puede convertirme en un cobarde, y no sé si me importa.
Recostado en el sofá, me doy cuenta de que te extraño y siento miedo de hablarte. Miro el techo; dejo la tele sonando de fondo; cierro los ojos; me duermo y, de pronto, mi cara se convierte en tu lienzo. Un lápiz la recorre; dibuja unos labios sonrientes y unos dientes que se asoman tras de estos; unos ojos algo rasgados, cejas y frente relajadas. Tomo tu brazo; te recuesto en el sofá; de pronto, te vuelves una hoja en blanco y comienzo a dibujarte de nuevo; empiezo por tus manos, las recuerdo perfectamente; continúo rápidamente con el resto de tu cuerpo, hasta que llego y me detengo en tu cara; cómo he de continuar, la verdad no sé, pues no estoy seguro de cómo lucía tu sonrisa, y tus ojos hace mucho que dejaron de mirarme de la forma en que me gustaría recordar. Despierto; abro mis ojos y ya no estás; mi sonrisa desaparece y vuelvo al sonido de la tele, al frío que siento en mis brazos, a la realidad de tu ausencia, de tu indiferencia; vuelvo al sofá.
Me siento, apago la tele y veo que en la mesa que tengo en frente hay un lápiz grafito amarillo, el típico que tiene una goma de borrar roja en el lado contrario de la punta; lo tomo con enojo y siento desprecio por lo que estoy viviendo y comienzo por borrar la tele; luego, continúo con el sofá; luego, la mesa; luego, el techo; luego el piso y las paredes; borro todo lo que se encuentra en la habitación; borro la luz, borro la oscuridad; y continúo con mis cejas, mi frente, mi nariz, mis orejas y, finalmente, mis ojos. Pierdo conexión con el mundo que me rodea; no lo veo; no lo oigo; no lo huelo, pero aún vives en mí y no sé cómo escapar.
Eres parte de mi piel, comienzo por arrancarla. Arranco los músculos, y llego hasta los huesos y me doy cuenta de que todo sigue igual; es inútil. Tomo el lápiz nuevamente y me decido a construir mi realidad: dibujo la luz; dibujo la oscuridad; dibujo un inmenso árbol, con grandes hojas, de hecho, cada una de ellas es capaz de cubrir mi cabeza por completo; dibujo el fresco aire que recorre todo el lugar; dibujo un suelo lleno de hierba y flores; dibujo pájaros de muchos tipos y dibujo sus cantos también, cada uno más agradable que el anterior. Hago un lago, lleno de peces que lo recorren de un lado a otro, bailando a gran velocidad. Dibujo lápices de todos los colores: lápices de brillos, lápices de contrastes y los utilizo con todo el mundo que he creado.
Dibujo tu piel; dibujo tus piernas; dibujo el contorno de tu cabeza, tu cabello, casi todo tu cuerpo, pero dejo tu cara en blanco; dibujo tu voz, tu olor, dibujo tu suavidad, tus movimientos y, finalmente, tus manos. Te paso el lápiz y te dejo dibujarme a mí, como siempre. Comienzas con mis manos; haces una más grande que la otra, pero no importa. Llegas a mi cara, y no sé qué expresión harás. Mi boca, mis ojos, mis cejas y toda mi cara la dejas con una expresión neutra, seca, aburrida.
– ¿Por qué me haces tan inexpresivo?
– Espérame, no seas impaciente
Ahora me deja a mí y comienza a dibujar su cara: empieza con su nariz, luego sigue con sus cejas; se encuentran algo levantadas, sus ojos siempre preciosos, sus mejillas y su boca, con una sonrisa enorme. Casi por inercia, al ver su sonrisa, mi boca comienza a sonreír también. Ella lo nota y comienza a reírse a carcajadas y, sin darme cuenta, comienzo a hacer lo mismo, y no podíamos dejar de reír.
Dibuja un bote en el lago, dos remos. Se sube y yo la sigo casi sin pensarlo. Remamos hasta el medio y nos detenemos. Corre un agradable viento fresco, del cual me sentí orgulloso de haber creado.
– Desde ahora yo te haré reír. Si hay una sonrisa en tu cara, será porque yo la ocasioné y no porque está dibujada; gracias por todo, siempre te preocupaste de que yo estuviera feliz, y ahora yo lo haré por ti.
– No sé qué decir, te amo. Déjame dibujar lo último y luego te regalo todos mis lápices.
Nos dirigimos a la orilla; desciendo del bote. Voy hacia el árbol y dibujo una puerta en su tronco; entro por la puerta y dibujo una preciosa casa, con muebles y habitaciones. Salgo de ella y me alejo unos trescientos pasos. Dibujo una puerta con un cartel encima que dice: “salida”. Le hago una señal a ella para que venga.
– Esta puerta conduce fuera de aquí; cualquiera de los dos podrá ocuparla cuando lo desee.
Me quita los lápices, borra el cartel de encima que dice “salida” y hace otro con la palabra “despierta”; le dibuja unas cuantas flores y unas manchas de colores agradables.
– Cuando alguien de nosotros cruce esta puerta, despertará.
– ¿Cómo que despertará?
Abre la puerta, me empuja y caigo por un abismo; ella salta detrás de mí. Abro los ojos y estoy en mi sofá, mi vieja habitación y mi frío mundo del que pensé haber escapado; es más, estaba convencido de que lo que vivía hace unos minutos era real. Suena el timbre; creo que debo abrir; me levanto; voy a la puerta y ahí estás.
– Sé que hace mucho que no te venía a ver, pero tuve un sueño muy raro en donde estabas tú y algo de unos lápices, dibujábamos un mundo juntos…